Una mañana atípica.

Atípica en hechos y prolífera en reflexiones.

 

Hoy, aunque ya no quiero tener horario, me levanté a las 06:37 hs. La precisión se debe a que miré el reloj con ganas de remolonear un rato más en la cama.

Mas el esfuerzo está ampliamente recompensado con la perspectiva de su venida a Sarmiento. Una de mis hijas vuelve a vivir acá, en nuestra casa.

Me mentalicé con tiempo, sabiendo que, si dormía por lo menos seis horas, no iba a tener problemas para levantarme.

Tenía que estar a las 08:00 hs. y llegué a tiempo.

Vine a abrir porque van a hacer unos arreglos de plomería.

Me abrigué mucho, porque es una casa más grande comparada con la que habito actualmente.

Al estar cerrada un tiempo, hacía frío.

Llegué y encendí las hornallas de la cocina, para que ambiente un poco, pero no pude quitarme la campera enseguida.

¡Por suerte, al rato fue revisado el calefactor y está funcionando!

Al entrar después de bastante tiempo, vinieron a mí recuerdos de familia, bullicio de niños, entradas y salidas al trabajo y al colegio, y sentí mucha nostalgia, aunque eso fue hace mucho tiempo.

Tengo mucha expectativa con esta mudanza.

Estoy segura de que, cuando se instale, esta casa volverá a tener vida.

Lo que me avasalla un poco es la necesidad de sacar las cosas que quedaron allí y ya no se usan. Me da pena deshacerme de esas cosas que adornan mis recuerdos, o aquellas que me han regalado; no me gusta tener que venderlas, prefiero darlas, pero a quién. Me disgusta sacar algún mueble afuera; sé que se lo llevarían pronto, pero el no saber quién, para sentir que le dará un buen uso, me frena, no quisiera que terminen como leña para el asado.

Tampoco me gusta la idea de hacerlo sola, me gustaría que me acompañe alguien más, o que desaparecieran como por arte de magia.

¡Jajaja!! ¡Qué ilusa!!

Me pasa lo mismo en mi casa, bueno, la de mis viejos, donde vivo desde que se fueron.

Pero, ¿para qué quiero todo eso que hace años no uso?

Me da lástima deshacerme de esas cosas y eventualmente tirar.

¿Para qué me aferro a tantos objetos?

Tengo la certeza de que seguirán viviendo en mi recuerdo.

Me gusta pensar que, en el futuro, alguien sentirá lo mismo por mí y mis pertenencias, y las valorará del mismo modo; en realidad, deseo ser capaz de dejar huella y buenos recuerdos que lo motiven.

Quizá suceda, y ojalá sea sin necesidad de que conserven mis cosas.

Tal vez (¡ojalá!), esté transitando ese proceso de madurez en que es necesario expresar los sentimientos que me frenan, para reconocerlos, aceptarlos y lograr mi propósito de deshacerme de tanto.

Tomar consciencia y escucharlo de mí es sanador.

Sucede igual con todo eso que vive dentro mío y desde el subconsciente cada tanto golpea a mi puerta, desafiándome; necesito estar preparada para abrirla.

Me he sentido tan mal durante tanto tiempo, que se había arraigado en mí el estar mal conmigo misma.

Hasta que tuve la lucidez de buscar ayuda.

Gracias a Dios, encontré a la persona correcta, y no sólo por ser muy buena profesional, sino por su empatía.

A partir de eso y luego escuchar por primera vez la palabra coaching, empecé a subir por una escalera, muy trabajosa por cierto, en lo que a crecer se refiere, que paso a paso se hizo más luminosa; también en lo espiritual.

Esa luz trajo consigo amor, perdón, esperanza, comprensión, paciencia, reconocimiento, amistad.

Aprendí de esa empatía, a tenerla conmigo y desde mí poder ofrecerla a los demás.    

Hoy siento que hay mucho camino por recorrer y muchos escalones por superar.

Mas estoy en condiciones de escuchar y compartir, sabiendo que el esfuerzo por crecer es personal, convencida de que hay un Guía a seguir, y segura de que es mejor caminar acompañando y dejando que me acompañen.

                         

 




 

Miriam Venezia

25/08/2023

 

 

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