Cuentos del alma
Alicia era una niña callada, un poco tímida. A
pocos meses de comenzar el primer grado se enfermó y, a los tres o cuatro meses
de ir a la escuela, tuvo que dejarla por una afección pulmonar.
Afortunadamente, tuvo una
familia grande, y sus hermanos y primos se las ingeniaron y se turnaron para
acompañarla, tratando de que transitara su enfermedad lo mejor posible, como
intuyendo que sería de una larga recuperación.
En esa época el médico
venía a verla y fue quien sugirió a su mamá que la mantuviera en casa, ya que
internarla podría complicar su enfermedad. La principal consigna era “reposo
absoluto”.
A pesar de su corta edad,
y sin muchos elementos de racionalidad y conocimiento, algo que le decía que,
si quería curarse, tenía que ser buena y obediente; también, y sin ser muy
consciente en ese momento, se entrenó mucho en la paciencia.
Pudo observar el gran
esfuerzo de su mamá quien, permanentemente, estaba atenta a crear las mejores
condiciones para hacerla sentir cómoda y favorecer su recuperación.
La casa era antigua, y
tanto las habitaciones como la cocina y el baño, se encontraban alrededor del
patio.
Como era invierno, los
días de sol, la mamá la tapaba muy bien, y abría la ventana de par en par, para
ventilar mientras limpiaba. Al finalizar, cerraba todo y calentaba bien la
habitación y el agua, que ponía en un fuentón grande, para bañarla; luego, además
del pijama, le ponía un pullover de lana y medias, y la envolvía en una gruesa
manta, muy calentita, la sentaba en un silloncito y cambiaba las sábanas de la
cama.
Se aseguraba de que esté
bien abrigadita y recién en esa instancia, Alicia podía sentarse en la cama.
Entre el desayuno y
algunos cuentos, pasaba la mañana hasta la hora del almuerzo, momento en que
llegaban sus hermanos de la escuela.
Las horas siguientes se
hacían largas y aburridas, ya que ellos se ocupaban de hacer sus tareas.
Los días en que Alicia mostraba alguna mejoría, la entretenían con
juegos; los demás, en que la fiebre no le permitía más que permanecer acostada,
sin ánimos, se turnaban sólo para acompañarla.
A la nochecita, cuando su
papá volvía del trabajo, se sentaba a su lado y de vez en cuando le leía un
nuevo cuento que había comprado para ella.
Así transcurrieron tres
largos meses. Durante el último, para acelerar su recuperación, el médico
recetó un fuerte antibiótico inyectable cada 12 horas, todos los días.
Esto también contribuyó a
forjar su carácter, haciéndola más resistente al dolor.
De alguna manera intuyó
que era parte del camino, junto con sus ganas de curarse.
Cuando por fin pudo
empezar a levantarse, podía salir un ratito en los horarios en que el sol se
instalaba en su patio para proporcionarle una de las mejores terapias, su luz y
calor.
Ese año, no volvió a la
escuela.
Mas sus ganas y su
tenacidad, sumado al apoyo familiar, hicieron que aprendiera algo más que lo
necesario para rendir un examen a principios del año siguiente, y así siguió
cursando con sus mismos compañeros.
-“Alicia, niña
querida, hablo de vos en tercera persona, y finalmente puedo sacarte a pasear y
mirarte de frente”.
No pretendo hacer un
alarde de madurez, ya que sigo considerándome una aprendiz, cada vez más
consciente de todo lo que queda por descubrir y crecer.
Me contagiaste tu
inconsciencia y un poco de tu inocencia; también me criticaste duramente por
muchos años.
Es tu turno de llamarte a
silencio y escuchar.
No voy a justificarnos.
¡Ya basta!! ¡es
suficiente!!
Hicimos muchas cosas mal,
ahora lo sé. Es hora de aclaraciones y disculpas.
Quiero dejar de recibir y
estar pendiente de reclamos, especialmente de quienes no pueden seguir
utilizando nuestras acciones para justificarse.
Me duele el alma, esa que
no alcanza para contener el amor, que ahora sí puedo brindar a los que me
rodean.
-“¿Tengo
miedo de enfrentarlos?, ¿de que se enojen y no me quieran? ¡Basta!”.
Me alienta sentir que he
sabido rodearme de buena gente, porque también yo me considero buena gente.
Claro, cada uno de nosotros tiene su carácter, con aciertos y errores. Mas
sabemos muy bien sobre el amor y el respeto por el otro, la solidaridad y el acompañamiento,
sobre estar cerca para tender una mano antes de que alguno se desmorone.
Sí, es todo eso que
aprendiste de chiquita, sin darte cuenta, y también, un
poco inconscientemente pudiste transmitirlos. Hoy, a la luz de la
consciencia, toman su verdadero valor y dimensión.
Por eso, frente a frente,
puedo decirte quién soy hoy.
Constantemente procuro lo
mejor para todos. Trabajo mucho para lograrlo, a veces con costos muy altos.
-“Siempre se
puede un poco más”... -lo pensé y sentí toda la vida-.
Y con esto no estoy
diciendo que bajaré los brazos. Creo que es hora de tomarnos de la mano y crear
un punto de partida juntos, donde cada uno se haga cargo de sus propios pasos,
mirando hacia adelante y también a los costados.
Lo que sí digo es que, no
quiero más tirar sola del carro. Todos podemos caminar, y me da mucho orgullo
sentir que todos sabemos hacerlo.
Esta soy yo, con deseos
de seguir creciendo.
Dispuesta a amar,
respetar, escuchar, acompañar con verdad y confianza. A aceptar que nuestros caminos son susceptibles a seguir distintos
rumbos, y sabiendo que depende de cada uno hacer que los lazos permanezcan
intactos a pesar de eso.
La vida es un boomerang
de acciones y sentimientos, que impactan en el entorno y vuelven. Pretendo
tener la apertura suficiente para valorarla en su justa medida, y si es
necesario, disculparme por mis errores, y disculpar los ajenos.
-“¡Así es,
así somos!! ¡Esta “somos” aquí y ahora!!”-
Miriam Venezia
20/10/2023
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