La viveza no tiene dueño
Pasá que te cuento - Miriam Venezia (Marca Registrada)
No sé bien cómo empezar a contar esta historia.
Se trata de mi admiración por la gente con alma de
pueblo.
Siendo chicas, mi hermana y yo, íbamos a visitar
familiares a Trenque Lauquen durante las vacaciones, y nuestros primos nos
llevaban a jugar con sus amigos, ante quienes nos presentaban como las primas
de Buenos Aires, como si fuera la gran cosa. A mí me daba un poquito de
vergüenza , ya que no me sentía demasiado piola, como decía más de uno, por ser
porteña. A veces sentía que era al revés.
Había mucho que aprender, como salir a la calle solos,
aunque no estuviera el policía de la esquina, o ensillar un caballo y aprender
a montarlo.
Con el tiempo, también hice amigos allá, con quienes no siempre coincidíamos, ya que algunos se habían ido a otro lado; nosotras no necesitábamos emigrar para poder estudiar, circunstancia que, por un lado era una ventaja, y por otro, nos quitaba la posibilidad de una gran experiencia.
Así y todo, nos manteníamos comunicados y compartíamos
nuestras respectivas anécdotas.
Una de ellas es la de uno de mis amigos que estaba en
la ciudad de La Plata.
Había ido a conocer el hipódromo con sus compañeros de
pensión.
Como él era del campo, todos asumieron que tenía que conocer
sobre caballos, convirtiéndolo en un instante en el referente de consulta sobre
las aptitudes de tal o cual ejemplar, que luego elegirían para apostar lo poco
que les quedaba a esa altura del mes.
Se ubicaron cerca del punto de largada para ver de
cerca, junto al entusiasmo de toda la gente, el instante en que se abrieran las
puertas de las gateras.
El caballo que era depositario de sus grandes
ilusiones salió como disparado, ante el entusiasta griterío de los muchachos.
Esa algarabía se interrumpió casi inmediatamente,
cuando el cuadrúpedo, haciendo un gran corcoveo, se deshizo hábilmente de la
humana carga, dejando al jinete desparramado en la pista después de una
espectacular acrobacia.
La creciente expresión de asombro se escuchó recorriendo
las gradas, mientras las líneas de los rostros boquiabiertos descendían como en
cámara lenta al tiempo en que se ponían todos de pie.
Mas, contrariamente a lo esperado, el elegido siguió corriendo,
y el ánimo volvió a invadir a los cuatro amigos.
Con sorprendente velocidad, Brioso, que así se llamaba
el caballo, llegó a la meta en primer lugar. Sin poder creer tanta suerte, se
abrazaron entre gritos y saltos de alegría.
Tal su ignorancia respecto al evento y su sistema de
apuestas, hasta enterarse de que, al caer el jockey, el caballo queda
automáticamente descalificado.
Lo único que quedó ileso fue la reputación que
adquirió mi amigo respecto a su conocimiento.
¡Qué gran aprendizaje! La viveza, que la gente del
interior adjudica a los porteños, no es privativa de estos; por algo en otros
países hablan de la viveza criolla, refiriéndose a los argentinos en general.
Todos somos ignorantes de algo y todos tenemos alguna
habilidad que otros no.
Algunos la expresan con cierto aire de superioridad, y
otros con su, no siempre humilde, amable tranquilidad.
¡Si supiéramos sumar, sería fantástico!
Miriam Venezia
25/05/2024
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