Regalo
Pasá que te cuento - Miriam Venezia (Marca Registrada)
Esa mañana desperté con una gran inquietud, sentí como que el espacio se hacía cada vez más estrecho en torno a mí.
Me levanté y esa sensación sin nombre estaba
invadiendo mi cuerpo y mi espíritu. Necesitaba aire, espacios abiertos.
Puse en marcha el auto y salí buscando la ruta más
cercana y me dirigí en dirección contraria a la habitual.
Sin saber a dónde, decidí avanzar sin rumbo,
esperando quizá que la distancia y el tiempo prepararan alguna sorpresa para
mí.
Después de algunas horas de viaje, en que sólo me
detuve en algún área de servicios, las poblaciones comenzaron a diluirse.
Perdí noción de dónde me encontraba y detuve el
auto en un cruce de caminos, que la luna llena me permitió distinguir.
La fascinación por el hermoso cielo me hizo
suspirar profundamente. Con esa bocanada de aire puro, experimenté una calmada
empatía con el entorno, y me di cuenta de que estaba muy cansado y con hambre.
Miré hacia ambos lados y percibí una pequeña luz
casi en el horizonte.
Me encaminé hacia ella y a medida que me acercaba
se iba multiplicando.
Detuve el auto y decidí seguir a pie para poder
disfrutar la soledad de esa hermosa noche, con tan mala suerte, que tropecé y
caí, golpeándome contra lo que parecía un tronco en el camino.
Desperté en una mullida parva de pasto seco y con
un pañuelo en la cabeza; estaba un poco dolorido y también mareado, ya era de
día.
Miré el entorno, estaba en un enorme granero. Me
levanté y salí. Parecía otro mundo. Había mucha calma e intenté recorrer el pequeño
pueblito para ir en busca de mi auto; sus calles eran sinuosas y angostas, y
las solitarias casitas, bajas y muy parecidas entre sí.
En los frentes, una puerta y una pequeña ventana con
hermosas cortinas blancas, que impedían observar su interior.
Me di cuenta de que estaba
perdido, sin saber cómo, me encontré nuevamente en la entrada del gran galpón,
y en ese momento, una suave brisa trajo hasta mí, a través del profundo
silencio, murmullos a lo lejos.
Confiando en mis sentidos
llegué a un lugar abierto. Se veían algunos animales y un sembradío, y más
allá, bajo la sombra de una hermosa arboleda, estaban ellos, parecía una
comunidad bastante peculiar.
Era como ver una pintura
monocromática, todos estaban vestidos iguales y con sus cabezas cubiertas, ellas
con pañuelos y ellos con sombreros.
Caminé despacio, con calma, y,
para mi sorpresa, una poco habitual confianza.
Al advertir mi cercanía, con
un gesto amable, me invitaron a unirme a lo que parecía una solemne pero alegre
reunión familiar. Asistí a ella con mucha expectativa y en silencio, entendiendo
que, quizá, era una especie de ceremonia. Al finalizar, compartimos un sencillo
y abundante almuerzo, que se procuraban con su propio trabajo, criando ganado y
trabajando la tierra.
Era muy extraño ser objeto de
tan generosa y amable atención, en contraste con su escasa comunicación. Se
sentía como si, adrede, quisieran ocultar su idiosincrasia, sus costumbres...
¿o quizá algo secreto los obligaba a vivir aislados de toda otra civilización?
Concentrado en esos
pensamientos, advertí que me había quedado solo. Y el pequeño pueblo se había
sumido en una apacible siesta.
Cuando desperté estaba
amaneciendo, y yo, recostado en el tronco. No entendía qué pasaba. Era como
estar inmerso en un déjà vu. Nada ni nadie a mi alrededor.
La curiosidad y la confusión
me llevaron a querer, nuevamente, adentrarme
por el camino, esta vez en mi auto, para buscar el pequeño poblado. Recorrí
varios kilómetros y llegué a un espacio abierto donde gran parte del terreno
parecía quemado; más allá, una hermosa y refrescante arboleda.
Permanecí allí un rato, hacía calor, estaba por
demás confundido, y muy lejos no sabía dónde.
Los
acontecimientos ameritaban el regreso, y esta vez tenía que recurrir al GPS.
Quizá pudiera cenar esta noche
en casa, sabiendo que mi inexplicable inquietud, había sido reemplazada por un
gran interrogante.
¿Qué pasó realmente? ¿Para
qué?
¿Será que El Universo me estaba regalando la
oportunidad de tomarme tiempo para mí y mis pensamientos?
Me detuve a cargar combustible
y, mientras se procesaba mi pago, noté que el playero me observaba
insistentemente. Le pregunté si sucedía algo y dijo que no, pero no dejaba de
mirar, sobre todo, mi cabeza.
Cuando arranque, aún con la
ventanilla abierta, lo escuché decir, divertido y como en un murmullo...
¡Lindo pañuelo!
Miriam Venezia
05/06/2024
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