Una receta de la Bueli
Pasá que te cuento - Miriam Venezia (Marca Registrada)
Eran los primeros días de Diciembre.
Ese
año, el verano se había adelantado varias semanas.
Alicia
volvió a casa, saludó a su mamá, y no demoró en dejar la mochila y sacarse el
uniforme; después de caminar varias cuadras desde el colegio bajo el intenso
sol, estaba sofocada.
Se
sentó a la mesa del patio, y su mamá le trajo la merienda, poniendo ante ella
un fresco yogurt, mientras conversaban sobre sus respectivas jornadas.
Alicia
se sorprendió al ver la generosa compotera en lugar del, casi, habitual pote.
Sus ojos brillaron al comprobar que era casero.
-¡Qué rico!! -dijo, llevando con placer la
cuchara colmada a su boca- ¿Es la receta de la abuela?
-¡Sii! -contestó complacida su mamá-
-¿Podemos hacer más? ¡Yo te ayudo y de paso
aprendo!
-¡Claro, en cuanto termines!
Pusieron
todo en la mesada, parecían Doña Petrona dando instrucciones, y Juanita
alcanzando todos los ingredientes:
1 litro de leche
1 pote de yogurt natural
Esencia de lo que te guste
Azúcar también a gusto
por
supuesto, la receta se puede multiplicar, según la cantidad que quieras hacer.
Puso
la leche en una olla sobre el fuego...
-Cuando yo era chiquita no existía el
sachet, mucho menos el cartón larga vida; ni siquiera la original botella, esa
de vidrio verde y boca ancha que fue el primer envase. Todos los días venía don
Antonio con su carro, era una especie de volanta abierta atrás, con varios
tarros de leche recién ordeñada a cada lado. Estaba tirado por Laura, una yegua
muy mansa, de color té con leche y nariz blanca, que esperaba pacientemente
frente a nuestra casa...
Cuando
largó el primer hervor puso la hornalla al mínimo, agregó el yogurt y revolvió
en forma pareja y suave. A continuación el azúcar y siguió revolviendo...
-Recuerdo que los chicos salíamos con los
terrones de azúcar refinada, que Laura comía de nuestras manos, mientras don
Antonio ponía la leche en el jarro enlozado que le alcanzaba mamá. Esa azúcar,
dejó de existir hace muchos años, cuando comenzaron a procesarla hasta
convertirla en molida, como la usamos ahora. También aparecieron los cubitos
que te daban con el café en bares y restaurantes, que tampoco perduraron en el
tiempo.
Era
tanta la costumbre que un día, don Antonio llegó a nuestra calle desde el lado
opuesto y paró el carro junto a la vereda de enfrente, y fue muy tierno ver a
Laura que, a pesar de sus anteojeras, se dio vuelta mirando hacia nuestra casa,
buscándonos y esperando recibir su habitual dulce recompensa, en un acto de
casi reconocimiento y afecto mutuos...
Cuando
volvió a largar el hervor, la retiró del fuego y le agregó la esencia,
usó
vainilla, sabiendo que le gusta mucho.
Revolvió
bien y lo dejó reposar hasta que se enfriara, tapando la olla con un repasador
limpio.
Finalmente
lo repartió en compoteras y a la heladera.
-Y ahora el toque de la Bueli que lo hace
tan especial:
¡Es muy importante servirlo con amor!
Miriam Venezia
18/05/2024
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