Creciendo

Pasá que te cuento - Miriam Venezia®

Pedro tiene diez años, nació en Villa Esperanza y asiste a la Escuela N°15. Es un niño inteligente y amable. Vive en una casa modesta con sus padres que, a pesar de tener un presupuesto ajustado, le proveen lo esencial.

Le gusta jugar en la calle con amigos y pasa mucho tiempo con ellos. Colabora en su casa teniendo sus cosas acomodadas, poniendo la mesa, y de vez en cuando ayuda a secar los platos.

Hace unas semanas, su mamá comenzó a notar cambios en él. Se lo ve más concentrado, no sale tanto a jugar y le dedica más tiempo a los deberes de la escuela.

Al principio, después de varias conversaciones al respecto, sus padres pensaron con cierto orgullo, que estaba madurando y dándose cuenta de que algunas cosas son más importantes para su vida y su futuro.

Las conversaciones habituales en los almuerzos y cenas se enfocaron en escuchar los gustos y pensamientos de su hijo para cuando sea grande. Sus respuestas eran bastante acotadas, y no mostraba demasiado interés en las charlas que ya no eran tan fluidas.

La realidad es que Pedro se sentía abrumado. Estaba en una etapa de darse cuenta, entendió todo el sacrificio que los padres hacen para que pueda estudiar y tener una profesión que le permita una vida un poco más relajada; también lo importante de las relaciones familiares.

Esta toma de consciencia lo llevó a pensar y hasta sentir el agobio de otras familias que, como las de algunos de sus compañeros, se notaban escasas con respecto a la suya. En contraste también sintió más empatía con ellos y agradecimiento por su vida.

Mas el malestar que lo invadía seguía ahí constante y punzante. También se sintió muy avergonzado.

Tenía que reparar de algún modo lo que había hecho.

Era un frío día de Mayo y al llegar, todos colgaban sus abrigos en los percheros amurados en la pared del fondo del aula; como no eran tantos como alumnos había, colocó el suyo sobre el de otro compañero. Tenían la fortuna de una calefacción adecuada para poder trabajar cómodos. 

Reparó en un pequeño broche en la solapa del abrigo de Juan. Le pareció tan original y hermoso que impulsivamente lo tomó y lo guardó en el bolsillo de su pantalón.

Al llegar a su casa, se apresuró a guardarlo en una cajita muy bien escondida del alcance de sus padres.

Pasaron los días y cada tanto abría la caja para contemplarlo con placer y admiración; no era algo que se pudiera conseguir en un negocio.

Llegó el día del amigo y la maestra propuso que ese día, cada uno contara alguna experiencia de amor y amistad.

Cuando llegó el turno de Juan, relató con un poco de tristeza sobre un regalo que le habían hecho y que había perdido. Se trataba de un pequeño broche con un escudo y un ancla que le había dado su tío antes de partir en el Ara General Belgrano. Era marino… y nunca volvió a verlo.

Pedro sintió que se ponía pálido, una fuerte adrenalina recorrió su cuerpo y lo obligó a sujetarse en su silla para no caer desmayado.

Terminada la clase, se apresuró a salir y cuando llegó a su casa se encerró en su habitación y lloró un largo rato.

Pasado el tiempo habitual entre cambiarse y sentarse a almorzar con sus padres, su mamá fue a verlo y él dijo que no se sentía muy bien.

Sus pensamientos se acumulaban de tal manera que no le daban la posibilidad de decidir qué hacer.

Los días siguientes se mostró ensimismado.

Finalmente, decidió hablar con sus padres, les dijo que había cometido un grave error y entendido que las acciones tienen consecuencias que afectan a los demás; que había comprendido el dolor de su compañero y les pidió que, por favor, devolvieran el broche a Juan.

Ese día también aprendió que los errores exigen una reparación y que por difícil que sea, cada uno debe hacerse cargo de lo que dice y hace.

Buscando que lo disculpara, fue a la casa de Juan y le entregó el broche. Su compañero se puso tan contento que lo invitó a pasar.

Pedro aceptó, mas inmediatamente le confesó la parte que no le había contado. A pesar de que no se hubiera enterado, sintió que era lo correcto.

Juan, más que sentir enojo, reconoció los buenos valores de Pedro y lo abrazó agradecido.

En ese momento supo que había encontrado un buen amigo.

 

Miriam Venezia

26/04/2025





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