Aroma de hogar

Pasá que te cuento - Miriam Venezia® 

Eran los años sesenta. Irene y Cristian eran un matrimonio joven recién llegados de un pueblito llamado Esperanza ubicado en la provincia de Cordiale, muy alejado de la ciudad.

Al llegar a la gran metrópoli sintieron el vértigo de sumergirse en las fauces del intenso ruido del tránsito y el permanente ir y venir de gran cantidad de gente.

Era intimidante tratar de conversar con alguien desconocido. Necesitaban llegar a la dirección impresa en la tarjeta de la inmobiliaria.

Decidieron tomarlo con calma y se sentaron en un pequeño pero cálido bar, donde un amable mozo se acercó a preguntar qué iban a tomar. Como casi era mediodía, pidieron una pizza y una gaseosa que compartirían. Al recibir su orden, y aprovechando su buena disposición, le preguntaron a él cómo llegar a la dirección de la tarjeta.

Con muy buena disposición les indicó que caminaran tres cuadras y al cruzar la calle encontrarían la parada del colectivo 39; debían bajar en la calle Talcahuano al 100, cruzar la calle y media cuadra hacia la izquierda encontrarían el lugar. Les aclaró que no era el viaje más corto, pero sí el menos complicado; dándose cuenta de la situación, y con una sonrisa, agregó que ya tendrían tiempo para conocer y aprender a hacer combinaciones de transportes para viajar más rápido.

Al cobrar la cuenta les deseó suerte y ellos agradecieron mucho su ayuda.

Al llegar a su destino sin dificultades, se miraron sonrientes y supieron que construirían allí un futuro y una familia.

El edificio era muy antiguo. Franqueada la enorme puerta de entrada, de dos altas hojas de hierro y vidrio biselado, encontraron el viejo ascensor custodiado por la escalera de mármol que lo rodeaba acompañando su recorrido hasta el último punto de ascenso. Al bajar en el sexto piso había dos puertas a izquierda y derecha del pequeño palier. En el llavero estaba impreso el número doce.

Abriendo y con mucha expectativa recorrieron el largo y amplio pasillo con habitaciones a la derecha y grandes ventanales a la izquierda que permitían ver los del departamento once y el hueco de aire y luz.

Lo primero era una habitación, seguida de un cómodo baño, luego otra y una tercera con baño incluido, de frente la cocina seguida a su izquierda por el comedor, también con ventanales cuyo paisaje era el profundo hueco del edificio y la gran estructura del ascensor.

Es innegable que todos los ambientes eran muy iluminados.

Cristian se presentaría en su nuevo trabajo luego del fin de semana, ella se dedicaría a la casa y al futuro pensionista, que llegaría el domingo a la tarde y ocuparía la primera habitación. Esto sería de gran ayuda al presupuesto familiar.

Pasado un tiempo, y evaluando el resultado de esta experiencia piloto, se animaron a alquilar la segunda.

A pesar de la antigüedad del edificio, las reformas hechas al departamento por el dueño anterior, lo hacían bastante funcional.

Los cuartos, arrendados como dormitorios eran muy amplios y contaban con cama y mesa de luz, placard, mesa a modo de escritorio con dos sillas y aire acondicionado frío calor.

Cristian era técnico electricista y había conseguido trabajo en el área de mantenimiento en una empresa multinacional, recomendado por su habilidad y experiencia.

Irene era Perito Mercantil y, una vez organizada, había sumado trabajo mecanografiando manuscritos, en su mayoría libros de actas, que le traían y retiraban de su casa.

Con la diferencia en su situación económica y la habilidad de Cristian, mejoraron también el servicio a sus inquilinas.  

Con tabiques estratégicamente colocados en el pasillo entre las puertas de la segunda y tercera habitación y aprovechando los ventanales construyeron, en los fines de semana, un espacio que compartir.

Lo equiparon con mesa, sillas, heladera y cocina que consiguieron de segunda mano y en muy buenas condiciones, una alacena, vajilla y una pequeña mesada con pileta.

Agustina y Gabriela, de la primera y segunda habitación respectivamente, estaban felices de tener un espacio común y para festejar, organizaron allí una cena para los cuatro.

Era la primera vez que coincidían todos en el mismo espacio.

Esto proporcionó el momento adecuado para conocerse un poco más, dando lugar a la incipiente confianza y familiaridad que comenzó a aromar la convivencia.

Agustina de veinte años venía del mismo pueblo que los dueños de casa. Sus padres, tenían pocos recursos, por lo cual había tenido que trabajar un par de años para poder llegar a la capital y acceder a la universidad.

Sabiendo la intención de su hija de alojar gente en su casa, la mamá de Irene le sugirió que la recibiera, ya que conocía a su familia y le aseguró que no tendría problemas. Así fue y Agustina consiguió un trabajo de medio tiempo que le permitía asistir a clases.

Al tiempo, comentó que una compañera de estudios buscaba dónde vivir.

Gabriela de 19 años, vivía en la localidad de Libertad en la provincia de Bonanza, mucho más cerca de la ciudad. Asimismo viajaba una hora y media de ida y otro tanto de vuelta, haciendo combinación de transportes para llegar.

Si bien sus padres podían costearlo sin problemas, ella sugirió mudarse y aprovechar ese tiempo para estudiar.

Ambas se habían vuelto amigas, hasta consideraron alquilar un departamento para mudarse juntas.

Mas a la luz de los acontecimientos desecharon la idea ya que habían encontrado ambiente de hogar.

 

Miriam Venezia

  12/06/2025


 

 

  

 


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