Lo aprendido en casa

Pasá que te cuento - Miriam Venezia®

Pocas cosas le dan tanto placer como el encuentro con la familia. Y no hablo sólo de sus hijos, sino de toda la familia que en su caso es enorme.

Creo que ese amor por ellos lo heredó de papá y mamá.

Papá tenía una hermana y ésta dos hijos.

En el caso de mamá eran nueve, todas mujeres y así heredó cuarenta primos hermanos.

En su casa eran cuatro hermanos, dos de mamá y papá y dos de una sobrina de mamá y su esposo. Sí, tenía primos grandes, ella era de las más chicas.

No había competencias entre unos y otros.

Y esto me lleva a algún episodio que vivió en la escuela primaria.

No era la mejor alumna, pero sí académicamente buena y naturalmente empática.

Una vez en los primeros grados, toda la clase decidió hacer un vacío a una alumna por algo que había dicho o hecho en detrimento de sus compañeras. Quizá sintió que la acción no era tan grave o que el castigo era excesivo, y buscó un momento a solas con ella para advertirle lo que le esperaba al día siguiente.

Creo que fue esa actitud, de incipiente madurez para su edad la que le permitió sobrellevar lo que le sucedería unos años después.

Ponía toda su atención y esfuerzo en aquellas cosas que, a su criterio, eran fundamentales o por lo menos importantes.

Cierto día su maestra, quien en ese entonces llevaba los cuadernos de sus alumnos para corregir en casa, la llamó a su escritorio y le pidió traer el cuaderno de clase de su hermana que se encontraba en otra aula.

Su estricto sentido de la obediencia condimentado con cierta forma de resumir conceptos, hizo que llegara hasta dicha aula, golpeara la puerta y a la voz de “pase” ingresara.

Diciendo “buenas tardes”, así en general, se dirigió hacia su hermana que la miraba con no poca sorpresa.

Fue entonces cuando aprendió algo sobre protocolos y jerarquías de parte de la maestra a cargo del aula.

Luego de explicarle su cometido, permitió que se llevara el cuaderno.

Agradeció y se retiró un poco avergonzada, y creo que se preocupó más por lo que pensaría su hermana que por ella.

Volvió y entregó el cuaderno; el punto era compararlo con el suyo y hacerle notar que no era tan prolijo.

Gracias a esa especie de “madurez emocional” lo tomó como advertencia y aprendizaje, y jamás se enojó con su hermana, contrariamente a lo podía haber sucedido, y hubiera sido entendible, al saberse comparada; muchos las comparaban, pero ella la admiraba, aunque no eligiera imitarla.

Hoy criticaríamos a esa docente por falta de pedagogía.

Afortunadamente en su generación, ya no se utilizaba el reglazo en las manos.

Con el tiempo se convenció de que cada época tiene cosas rescatables y algún día se aprenderá a discernir y sumar; que muchas de esas cosas se descartan imponiendo nuevas ideas y maneras no tan pensadas y que conducen a extremos no deseables.

Su esperanza está puesta en que algún día llegará el equilibrio.

 

Miriam Venezia

30/05/2025  



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